Observemos el día de una persona “normal”.
Te levantas, ves que es hora de ir a tu trabajo y te preparas para lo que traiga ese nuevo día.
Llegas al lugar de trabajo y te cuesta un poco encontrar parqueo. Entras a tu oficina y en tu escritorio está una torre de papeles por revisar, unas cuantas cartas de tus superintendentes y tu taza de café vacía. Por los pasillos saludas a unos cuantos compañeros que ves casi todos los días.
Te dices a ti mismo que será un largo día. En fin, trabajas y trabajas… Tomas un descanso para relajarte, almuerzas y sigues trabajando.
Sales de trabajar y te encuentras un tráfico terrible, y llegas desesperado pero feliz de estar de nuevo en casa. Tu familia de espera, y ese día hay reunión en tu iglesia local, y te preparas de nuevo y te vas de camino. En la iglesia, saludas a varios amigos del alma que hace días no mirabas, y entras a la conferencia.